"El verdadero lugar de la palabra es el desierto" Edmond Jabés
Edmund Jabés (1912-1991) nació en El Cairo.
En 1957 debido a su condición de judío, se vio forzado a abandonar su país. Se instaló en París, donde publica, en 1959, Je batis ma demeure, con prólogo de su amigo Gabriel Bounoure. Esta obra monumental, verdadera Biblia poética, recoge la mayor parte de sus textos antes de su exilio: poesía, aforismos, prosa poética, en los que refleja su arraigo en una tradición y una cultura (judaísmo y escritura, son para Jabés, una misma espera y una misma esperanza) además del esfuerzo por trascender la poesía tradicional en nombre de una escritura que sin pertenecer a ningún género los contenga a todos.
En L'écorce du monde, Jabés escribe "Entrego a las palabras mi inquietud. Me esfuerzo por responder a sus preguntas, que son mis ardientes interrogaciones" Y en la entrevista con Serge Faucherea, publicada en el número que le dedicó en la revista Instants (1989), Jabés afirma que la palabra es un vestigio de Dios, aún cuando Dios no exista; la palabra dicha o escrita, conlleva un riesgo incalculable, ya que al usarla, nos exponemos. Y ese es el riesgo que asume el escritor" Edmund
Jabés escribió otros dos libros de poemas: Recit (1980) y La mémoire et la maine (1974-1980)
Los aforismos seleccionados pertenecen a Les mots tracent (1943-1951) y Du blanc des mots et du noir des signes (1953-1956)
Aforismos
Toda puerta tiene por guardián a una palabra. (Santo y seña, palabra mágica)
La frase muere una vez compuesta. Las palabras le sobreviven
Hacer visible a la palabra, es decir, negra.
En un poema, el eco es tan importante como el silencio
Las palabras circulan vestidas de aliento
Hay palabras que nunca han tocado tierra
Pronunciada, la palabra vuela; escrita, nada
Los poemas son cadenas montañosas cuyas cimas de diversa altura, están formadas por una o varias palabras con inmenso poder de atracción.
Tu pensamiento te engaña
Sin pensamiento, sin deseo, cortados todos los nudos
La poesía sólo tiene un amor: la poesía
Hay una orden del silencio, con sus santos, sus sacerdotes y sus profetas
Cuando los hombres estén de acuerdo acerca del sentido de cada palabra, la poesía ya no tendrá razón de ser
Hacer callar al silencio, despanzurrar a las ratas
Dócil a la voluntad del escritor, la imagen se doblega a un matrimonio de conveniencia. Durante su vida esperará al lector del divorcio.
Las palabras despliegan cintas de sombra alrededor de la claridad conquistada
Releerse: encontrarse solo, en la sala engalanada, inmediatamente después de la fiesta
Las palabras eligen al poeta
El pensamiento permite a las palabras llegar al poder
Exteriorizar; devolver su voz al universo
A ti que crees que existo,
cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?
Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo, me oigo, me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?
Cómo mostrar lo que he creado
fuera de mí,
hoja tras hoja,
donde todo rastro de mi paso
está borrado
por la duda?
A quién se le han aparecido esas imágenes
que ofrezco?
Reivindico, en último extremo, lo que me es debido.
Cómo demostrar mi inocencia
cuando el águila ha volado de mis manos
para conquistar el cielo
que me atenaza?
Muero de orgullo en el límite
de mis fuerzas.
Lo que espero está siempre más lejos.(...)
Edmond Jabés
Exterior es el límite. Interior, lo ilimitado.
Para preparar mejor al hombre a morir del hombre, creó Dios el tiempo?
Para dejar a Dios el tiempo de morir de Dios, concibió la eternidad el hombre?
El instante muerde en la duración, nunca sobre la eternidad, que es duración incontrolable.
¿Y si el ayer -oh noche clavada, todo mi pasado- se rehusara a abdicar?
No hay palabra que no esté, desde ya, envuelta en porvenir.
El dolor, la desgracia, acceden, ellos también, a la mañana.
Uno se pregunta en la noche; pero movida por la comprensible necesidad de mirar y, para nosotros, de mirarnos en ella, la pregunta está siempre vuelta hacia la luz.
La luz de la pregunta nunca es sino la pregunta a la luz.
Hay que haber llorado mucho para apreciar una sonrisa: arco-labios. Arco-iris.
No puedo conocer a otro sino a través de mí. Pero quién soy?
¿El fuego conoce el fuego?
¿El bosque conoce el bosque?
Es la madera que consume que el fuego le debe el ser fuego; como el bosque, al fuego que lo reduce a las cenizas, le debe el haber dejado de ser un bosque.
Fragmentos de "El libro de las preguntas"
Edmond Jabés
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