lunes, 12 de agosto de 2013

De "Hombres rubios en el surco" - José Brendel Pbro.



En su libro "Hombres rubios en el surco" que llega a mis manos gracias a la bisnieta de Don Enrique Balle, una de mis adorables alumnas de yoga, de tanta chispa, sinceridad y fortaleza como su bisabuelo; el Padre Brendel realiza un aporte al Historial de la colonia de alemanes del Volga, San Miguel Arcángel, una localidad ubicada en la Partido de A. Alsina, Provincia de Buenos Aires, Argentina, fundada en 1903 distinguida por su intachable religiosidad; en memoria del Pbro. Juan Kotulla, a los fundadores: D.Nicolás Beratz, Juan Rausch, Jacobo Bahl, Miguel Kees, Matías Zwenger, Lorenzo Stegmann, Juan Baier, Nicolás Leonhardt, Andrés Kees, Pedro Fuhr, Nicolás Haspert, Enrique Balle y Juan Brendel. En homenaje a los centenares de miles de Alemanes del Volga en el país por su honestidad y laboriosidad como a todos los inmigrantes pioneros de la agricultura nacional.

Brendel habla de "El año de Soledad", 1904, un año caracterizado por la falta de sacerdote en una colonia con apenas 15 casas y en el medio de la nada, que por fuerza de voluntad no ceso de solicitarlo, hasta la llegada en 1905  del padre Theodor Kramer, con un carácter inquieto y andariego que no pudo adaptarse a las costumbres de la colonia y pide su traslado. En la Navidad de 1906 arriba Juan Kotulla quien sería el alma y la conducción del pueblo.




"Entre los hombres inolvidables, colonos de simpleza y picardía se destaca el nombre de Don Enrique Balle, de figura típicamente germana, solemne y despacioso en su andar, sin mostrar jamás apuro por las calles de la villa, dejando tras sí la estela nada grata de su pipa, ambos inseparables. Era original en todo. Un defecto en el ojo le obligó a usar anteojos, cuyas patillas metálicas eternamente rotas y atadas con hilo de coser, le daba un carácter extraño, con la particularidad del aumento en uno de los cristales que le hacían aparecer un ojo más grande que el otro, con serio terror de los chicos...cosa que el viejo explotaba inteligentemente, para que lo dejaran en paz, sin rehuir de hacerlos bailar algunas veces, con cánticos exóticos de su propia cosecha.

Era bravo Don Enrique cuando viejo, pero dicen que cuando joven, lo era muchísimo mas. Su natural fortaleza lo hacía peligroso. Se celebraba cierta vez un casamiento de tantos y todo el pueblo se congregaba para celebrarlo. En los corrales de las fincas se mantenía una dotación fija de dos caballos para el carruaje. Don Enrique eligió un candidato en la fiesta y desapareció del lugar, para regresar con un pretexto cualquiera a las horas. Cerca de la medianoche la gente regresando a sus hogares escuchó voces de auxilio.
Qué había pasado? Cuando la familia abrió la puerta de su dormitorio halló a uno de los tordillos junto a la cama matrimonial, tocando casi el techo con la enhiesta cabeza. El animal espantado por la luz, aún mas nervioso de lo que estaba, ensayó un solo de coces y relinchos de todos los estilos... Para sacarlo de su difícil situación hubo que romper el marco de la puerta, porque el tordillo ni pialado bajaba la testa y quedaba siempre atascado en ella. Trabajaron toda la noche entre imprecaciones y risas. Don Enrique había desaparecido, pero siempre quedó en el misterio cómo había hecho para entrar él solo al tordillo bajo el marco de la puerta. Hechos como éste se celebraban después en los corrillos de amigos.

Así como la ocasión de interrogarse las gentes del porqué Don Enrique en su hermosa "americana" llevaba el portaequipaje adelante?
El se reía, y daba una explicación cualquiera pero la historia cuenta que distraído y con su pipa, cierto día de mucho viento no se percató que una chispita se alojó en la bolsa que llevaba en la parte trasera del coche que semejaba una locomotora incendiada...desde entonces el coche de Don Enrique se distinguía de todos los similares por la ubicación de su portaequipajes adelante. Era tal el espíritu del viejo que aun estando ya enfermo de gravedad, hizo correr la voz de que había pasado la noche sin habla; y cuando los amigos llegaron solícitos y lo compadecían, él sonriéndose socarronamente les dijo que eso no era raro, porque le pasaba todas las noches, ya que cuando dormía, no solía hablar...y se puso a toser ruidosamente, como era su característica. El, fue el penúltimo de los fundadores en morir. Y allí quedaba el último Juan Brendel con cerca de 90 años, quien luego de acompañarlo penosamente al cementerio, se encerró en su habitación a llorar al amigo muerto, diciendo: Qué hago yo ahora, si se me fue Enrique? Esos eran los vínculos que unían hombres recios y sencillos de gran corazón, capaces de forjar el futuro de un pueblo, sobre el yunque del destino, sin perder esa magnífica sensibilidad hacia los grandes valores espirituales de la vida." (del capítulo Hombres inolvidables en la anécdota)

Y qué hablar de las mujeres! madres y responsables de la fortaleza y la vida espiritual de la familia. Angeles tutelares de una gran familia y con razón se lee en artísticos cuadros domésticos una frase que hace impacto certero en la sensibilidad "La madre es el único dios sin ateos", sin duda y muy elocuente la falta de palabras ante lo sublime.

"Contaba el Padre Kotulla de los tiempos difíciles de la colonia, visitó a una viuda con diez hijos que ante su pedido de ayudarla en su situación de pobreza llevando al Asilo de niños a algunos de sus hijos, la mujer se puso pálida ante el requerimiento y comenzó a enumerar los motivos por los que no podría darle ninguno de sus pequeños..."Este, porque es demasiado pequeñito y me necesita tanto...aquel porque siempre anda un poco delicado...y es tan mimoso...el de más allá, ya me ayuda en la casa..Juancito es tan tímido que sufriría lejos de mí...Pedrito es tan travieso...y sin él no podría vivir...Fritz es tan..." La señora seguía hablando y ya el Padre se había ido, no sin llevarse por delante la portezuela, porque una niebla extraña le empañaba los ojos, acostumbrados de ver pobreza y miseria en el mundo y también grandeza, pero nunca tanta como en aquella casa..."

"Y cierro el capítulo con un recuerdo personal. Durante mi vida de estudiante y sacerdote, jamás llegué a mi casa, sin encontrar a mi anciana madre esperándome junto al portón de entrada de la finca. Desde lejos divisaba su batita blanca y sabía me aguardaba. La bata de mi madre era para mí como la bandera de llegada de las esperanzas. Y así, años y años de ansias de llegar, y de bata blanca de espera, hasta que llegó el día en que al regresar, el portón estaba sólo, tan sólo como si le faltara mi infancia y juventud...y toda la vida. No era que ella se hubiera olvidado, de que ese coche cuyo motor escuchaba traía a su hijo y preguntaba desde su lecho de dolor, del que ya no se levantaría más: ya llegó?
Si..llegué; para cerrar un capítulo muy querido, en esos ojos de eterna espera, y en el corazón que dejó de latir, para constituirse en el ángel tutelar de mi vida y de mi sacerdocio que se identifican...

Madre alemana..madre de todos nuestros sacerdotes y religiosas, madres de la esperanza del mañana, en las cabecitas rubias de tus niños..los hijos de la colonia te llevan sobre los brazos de su recuerdo, como algo sagrado, que Dios nos concedió, para comprender un poco más acerca del corazón de la eternidad!"
(del capítulo Nuestras madres)

"Wem du noch eine Mutterr hast"
Si tienes una madre todavía Da gracias al Señor que te ama tanto
(cancionero)

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