jueves, 5 de junio de 2014

La escritura: el gesto de A... de Hélène Cixous






Al principio, adoré. Lo que adoraba era humano. No personas; no totalidades, no seres denominados y delimitados. Sino signos. Parpadeos de ser que me impactaban, que me incendiaban.
Fulguraciones que llegaban a mí: ¡Mira! Yo me abrasaba. Y el signo se retiraba. Desaparecía.
Mientras yo ardía y me consumía entera.
Lo que me sucedía, poderosamente lanzado desde un cuerpo humano, era la Belleza: había un rostro, en él estaban inscritos, guardados, todos los misterios, yo estaba delante, presentía que había un más allá
al que no tenía acceso, un allá sin límites, la mirada me oprimía, me impedía entrar, yo estaba afuera, en acecho animal.

Un deseo buscaba su morada. Yo era ese deseo. Yo era la pregunta. Destino extraño de la pregunta:
buscar, perseguir las respuestas que la calmen, que la anulen. Si algo la anima, la eleva, la incita a plantearse, es la impresión de que el otro está allí, muy cerca, existe, muy lejos, de que en algún lugar en el mundo, una vez cruzada la puerta, está la cara que promete, la respuesta por la cual uno continúa moviéndose, a causa de la cual uno no puede descansar, por amor a la cual uno se contiene de renunciar, de dejarse llevar; a muerte. Qué desgracia, empero, si la pregunta llegara a encontrar su respuesta! Su fin!

Descubrí que el Rostro era mortal, que a cada instante tendría que rescatarlo violentamente de la Nada.
No adoré lo-que-va-a-desaparecer; para mí el amor no está ligado a la condición de la mortalidad. No. Amé. Tuve miedo. Tengo miedo. A causa del miedo reforcé el amor, alerté a todas las fuerzas de la vida, amé al amor, con alma y con palabras, para impedir que ganara la muerte.

Amar: conservar vivo: nombrar.

Escribir para tocar letras, labios, soplo, para acariciar con la lengua, lamer con el alma, saborear la sangre del cuerpo amado; de la vida alejada; para saturar de deseo la distancia; a fin de que ella no te lea.

Este es el punto: cuando la separación no separa; cuando se vivifica la ausencia rescatándola del silencio, de la inmovilidad.
En el asalto del amor sobre la nada. Mi voz rechaza la muerte; mi muerte; tu muerte; mi voz es mi otro. Yo escribo y tú no estás muerto. Si escribo, el otro está a salvo.

Vivir, estar vivo, o más bien no encontrarse abierto a la muerte es no estar en la situación en que esa pregunta resulta inminente. Para decirlo más claro: se vive siempre sin razón; y vivir es eso,
es vivir sin-razón, por nada, a merced del tiempo. Es la no-razón, una verdadera locura, si lo pensamos.
Pero no lo pensamos. En cuanto algo del "pensamiento", de la "razón", se introduce en las cercanías de la vida, hay motivos para volverse loca.

Escribir? Gozar como gozan y hacen gozar sin fin los dioses que crearon los libros; los cuerpos de sangre y papel; sus letras de carne y lágrimas; que ponen fin al fin. Los dioses humanos, que no saben lo que han hecho. Lo que verlos, decirles, nos hacen.
Cómo no habría deseado yo escribir? Puesto que los libros se apoderaban de mí, me transportaban,
me traspasaban hasta las entrañas, me hacían sentir su poder desinteresado; puesto que me sentía amada por un texto que no se dirigía a mí, ni a ti, sino al otro; atravesada por la vida misma, que no juzga, que no elige, que toca sin señalar; agitada, arrancada de mí, por el amor?

Cómo habría podido, con mi ser poblado, mi cuerpo recorrido, fecundado, encerrarme en un silencio?
Venid a mí y yo vendré a vosotros. Cuando el amor te hace el amor,
cómo no ibas a murmurar, a decir sus nombres, a agradecer sus caricias?

Hablar (gritar, aullar, rajar el aire, la rabia me impelía a eso sin descanso) no deja huellas: tú puedes hablar, eso se evapora, los oídos están hechos para no oír, la voz se pierde.
Pero escribir! Sellar un contrato con el tiempo. Anotar.  Hacerse notar!

("Ella sólo se despierta al contacto del amor, antes de ese momento es sólo sueño. Pero en esta existencia de sueño se pueden distinguir dos etapas: primero el amor sueña con ella, luego ella sueña con el amor.")

La escritura o Dios. Dios es la escritura. La escritura Dios. No tenía más que romper y enderezar mis apetitos.

Recuerdo que a los doce o trece años leí la frase siguiente: "La carne es triste, ay, y he leído todos los libros". Me sacudió un asombro mezclado con desprecio y asco.Como si hubiese hablado una tumba.
Qué mentira! Y más allá qué verdad:  porque la carne es libro. Una carne "leída", terminada?
Un libro -carroña? Fetidez y falsedad. La carne es la escritura, y la escritura no está leída jamás:
está siempre aún por leer, por estudiar, por buscar, por inventar.

Leer: escribir las diez mil páginas de cada página, traerlas a la luz, creced y multiplicaos y la página se multiplicará. Pero para eso, leer: hacerle el amor al texto. Es el mismo ejercicio espiritual.

Y de la época de la muerte se conserva el miedo más grande y el más grande bien: el deseo de estar siempre muy junto a Ella,  la muerte, nuestra madre más poderosa, la que nos aporta el más violento empuje de deseo, de pasar, de saltar, pues no es posible quedarse cerca de ella, ella aspira y da aspiración; y este deseo está hendido, es al mismo tiempo su opuesto, deseo, al acercársele hasta morir,
casi, de mantenerse extremadamente lejos, lo más lejos posible. Pues es ante ella,
contra ella, cerquita de ella, nuestra madre más peligrosa, la más generosa, la que nos da (siendo que no pensamos, que no hay en nosotros pensamiento claro, sino únicamente el tumulto, los fragores de la sangre, el trastorno precósmico, embrionario) el ansia fulminante de salir, el ansia de que los extremos se toquen, se entren y se inviertan el uno en el otro, y el día no viene después de la noche, sino que lucha con ella, la abraza, la hiere, es herido por ella, y la sangre negra y la sangre blanca se confunden;
y asimismo la vida sale reptando de las entrañas de la muerte que ella ha lacerado, que ella odia, que
ella adora, y nunca olvida que la muerte no la olvida, que está siempre ahí, que no la deja, abre la
ventana, el pecho terrible está ahí, el lecho de paz – y esta es su más grande fuerza, ella comprende que la muerte nos ama tal como la amamos nosotros mismos, y que, de una manera extraña, podemos en
verdad contar con ella. Que es ella, Muerte nuestra madre doble, de quien nos alejamos y a quien
nos acercamos, al escribir, porque escribir es siempre primero una manera de no lograr hacer el duelo de la muerte.

Y ese tejido donde tus dolores se tallan, ese cuerpo sin borde, esa tierra sin fin, asolada, ese espacio devastado, tu temple demolido, sin ejército, sin control, sin murallas, tú no sabías que son los jardines del amor.  No de la demanda.
No eres una codiciosa, no eres cálculo y ansia, puesto que estás perdida. No estás en la relación. Eres desapego. No mendigas. No careces de nada. Estás más allá de la carencia:
Pero deambulas despojada, indefinida, a merced del Otro.
Y si el amor pasa, puede hallar en ti lo sin-tope, el lugar sin fin que le es venturoso y necesario. Si estás perdida solamente entonces el amor puede hallarse en ti sin perderse.

Suéltate! ¡Suelta todo! ¡Pierde todo! Toma aire. Hazte mar adentro. Hazte de la letra. Escucha: nada ha sido hallado. Nada se ha perdido. Todo está para buscarlo. Anda, vuela, nada, salta, corre, cruza, ama lo
desconocido, ama lo incierto, ama lo que aún no fue visto, ama a nadie, que tú eres, que serás, déjate,
libérate de las viejas mentiras, atrévete a lo que no te atreves, ahí es donde gozarás, haz siempre tu aquí de un allí, y alégrate, alégrate del terror, síguelo por donde tienes miedo de ir, lánzate, ¡es por ahí!

Escucha: no le debes nada al pasado, no le debes nada a la ley.
Gana tu libertad: devuelve todo, vomita todo, dalo todo. Dalo absolutamente todo, óyeme, todo, da tus bienes, de acuerdo? No te guardes nada, aquello que te importa, dalo, entiendes?
Búscate, busca el yo, revuelto, numeroso, que serás siempre más adelante, y fuera de un sí, sal,
sal del viejo cuerpo, libérate de la Ley. Déjala caer con todo su peso,
y tú, corre, no mires atrás: no vale la pena, detrás de ti no hay nada, todo está por llegar.

Al principio hay un fin. No temas: es tu muerte la que muere. Después: todos los principios.
Cuando has tocado el fin, sólo entonces el Principio puede advenirte.

Primero reí, grité, un dolor me dictó mis primeras letras de infierno.
Me tallé nuevos oídos para el futuro
y oí los gritos del mundo, los furores y las llamadas de los pueblos, los cantos de los cuerpos, la música de los suplicios y la música de los éxtasis. Escucho."

Fragmentos escogidos de "La llegada a la escritura"

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