lunes, 17 de septiembre de 2018

La Inmortal Hora veinticinco






EPILOGO

-Quisiera tratar con usted una cuestión personal, Mistress West.

-Le escucho- dijo ella.

-Mrs. West, ¿acepta ser mi mujer?

El teniente Lewis se echó hacia atrás y empezó a balancearse sobre
las patas traseras de la silla.

-No acepto ser su mujer, Mr. Lewis.

-¿Tiene usted otros proyectos para el porvenir?

-No, no tengo otros proyectos para el porvenir- respondió ella- . 
Pero mi contestación es bien sencilla: no.

-¡O.K.! -dijo Mr. Lewis tras una breve interrupción- ¿Puedo conocer la razón de tal negativa?

-Si se empeña se lo diré: por nuestra diferencia de edades.

-¡No tiene sentido!

El teniente Lewis se echó a reir.

Tengo un año más que usted- dijo- Recuerde que he visto sus documentos. ¿En qué
funda usted esa pretendida diferencia de edades? Justamente es lo contrario.

-Se equivoca- dijo Nora.

 -Bromea usted- dijo Mr.Lewis-. ¿Qué edad tiene?

-Hablemos de otra cosa, ¿quiere?- dijo ella.

- No antes de que me haya dicho usted su edad.

-No es galante preguntar a una mujer qué edad tiene. Y sobre todo insistir tanto. Pero
voy a decírselo -respondió Nora-. Tengo novecientos sesenta y nueve años. Y no se
olvide que en materia de edad, las mujeres confiesan siempre menos de la que tienen en
realidad. En el fondo soy mucho más vieja.

-¡O.K., Mrs. Mathusalem!- dijo Mr. Lewis muy regocijado.

Pero Nora West ni siquiera sonrió.

Lewis, que había creído que Nora aceptaría su proposición, insistió. Pero ella volvió a repetirle
que su negativa era categórica.

-No se enfade, Mr. Lewis, pero no podría vivir veinticuatro horas con usted en la misma
habitación.

-¿Por qué? 

-Ya se lo he dicho: diferencia de edad - dijo Nora West-. Es usted un muchacho egoísta y
gentil, como todos los jóvenes. Pero yo soy una mujer perteneciente a otro mundo.

-No la entiendo.

-Por eso he rehusado darle explicaciones- dijo Nora-. Es natural que no me entienda


Tengo detrás
de mis mil años de experiencias, de renunciamientos, de tormentos, mil años que han hecho de mi lo que ahora soy. Usted tiene en su poder el presente y el porvenir. Quizá posee el porvenir. Añado ese "quizás", no porque dude, sino porque nunca puede confiarse en el futuro.

-Too sophisticated!- dijo Mr. Lewis, nervioso.

-¡Escúcheme, Mr. Lewis! -dijo Nora- . 

Después de haber escuchado las declaraciones de amor de
Petrarca, Goethe, lord Byron y Puchkin, después de haber escuchado a Traian Koruga hablarme de amor, después de haber escuchado las canciones de los trovadores y haberlos visto arrodillados ante mi como ante una reina, después de haber presenciado 
cómo reyes y caballeros se mataban por mi y haber hablado de amor con  Valery, Rilke, D'Annunzio y Elliot, 

¿como podría tomar en serio esa petición de matrimonio que me echa usted a la cara al mismo tiempo que el humo de su cigarrillo?

-¿De manera que para pedir a una mujer en matrimonio hay que ser Goethe, lord Byron o Petrarca?

-No, Mr. Lewis. Ni siquiera hay que ser Rilke o Puchkin...  Basta amarla.

-Estamos de acuerdo- dijo Lewis-. ¿Quién le ha dicho que no la amo?

Eleanora se sonrió.

-El amor es una pasión, Mr. Lewis- dijo- . 
Supongo que lo habrá oído decir, o por lo menos lo habrá leído en cualquier parte.


-Volvemos a estar de acuerdo-dijo el teniente-. El amor es una pasión.

-Pero usted es totalmente incapaz de sentir una pasión -dijo Nora-. 

Y no sólo usted. Ningún hombre de su "Civilización" es capaz de alentar una pasión. 
El amor, esa pasión suprema, no puede existir más que en una sociedad que estime que cada ser humano es irremplazable y único. 

La sociedad a la que usted pertenece cree justamente lo contrario: que cada hombre puede ser reemplazado. No ven ustedes en el ser humano, y por lo tanto tampoco en la mujer que pretenden amar, un ejemplar único creado por Dios o la Naturaleza en una sola edición. 

Para ustedes, cada hombre ha sido creado en serie. A sus ojos, cada mujer es igual a sus semejantes. Y partiendo de ese concepto, es imposible amar. Los amantes pertenecientes a mi sociedad saben que si no logran ganar el corazón de la mujer amada, les será imposible reemplazarla por ninguna otra en el mundo. Esa es la causa de que se maten con frecuencia por esa mujer. Su amor rechazado no puede hallar sucedáneo en ningún otro. Un hombre que me amara de verdad, me daría la impresión de que soy la única mujer que podía hacerle feliz. 
Me demostraría que soy el ejemplar único, que no puede tener igual en toda la superficie de la tierra. Entonces me convencería de ese hecho. Un hombre que no dé la sensación de que soy un ser único e inigualable, es que no me ama. Y una mujer que no reciba esa confirmación del ser que ama, es que no es amada. Y no creo que ninguna mujer pueda casarse con el hombre que no ama...

¿Se siente usted capaz, Mr. Lewis, de darme esa certidumbre que pido? ¿Cree usted que, buscando bien, podría reemplazarme? Supongo que será así. Usted está seguro de poder encontrar otra mujer que sea su esposa, si yo me niego a serlo. Y si esa segunda le rechaza también, intentará con una tercera...¿No es verdad?

-Cierto- dijo él-. Pero lamentaría que me rechazara usted...Palabra de honor que lo lamentaría.

-Haríamos mejor continuando el sagrado trabajo de nuestra oficina, Mr. Lewis.




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